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Freedom for Spain

Fue hace unos 20 años, en el Palau Sant Jordi cuando, al entrar a ver el partido de la final de la Eurocopa de Baloncesto, unos chavales me dieron una octavilla con el texto "Catalonia is an oppresed nation: Freedom for Catalonia". Me ofendió que dieran la imagen de que España les oprimía cuando disfrutaban de lo mejor de dos mundos: las ventas del gran mercado español y una independencia virtual con todos los mass media locales, la educación y la sanidad para su gestión autónoma. Eran pocos pero muy bien, fanáticamente,  organizados; un par de ellos por puerta, que luego se posicionaban estratégicamente por todo el Palau, cada uno con una bandera estelada en zonas perfectamente medidas con acceso a las cámaras, para dar la apariencia (falsa) de que ocupaban todo el estadio, que eran mayoría. 

Poco antes había reiniciado mi nueva vida en Cataluña, con ganas de aprender bien el idioma e integrarme. No hacía más que explicarle a todos que España no era lo que muchos allí creían, que era suficientemente güay como país, que contenía varias naciones. En cuanto hablaba del tema, que se convirtió en mi tema por entonces, ya que el bombardeo mediático local era sistemático, la respuesta casi siempre era la callada. Para hablar de eso no había libertad, ya que nadie quería quedar mal posicionandose a favor o en contra de un futuro independiente, sólo los fanáticos, por entonces un 20%, eran vehemente explícitos en su nauseabunda pseudorealidad justificadora. El grito de estos frente al silencio de la, entonces claramente sí, mayoría silenciosa (o amorfa), se fue imponiendo precisamente por verse incontestados. Cada día durante años y años, las noticias de los poderosos y bien dotados medios de la Generalitat (TV3, RAC, etc) machacaban con la misma idea latente: Una buena noticia era gracias a Catalunya, cualquier mala  noticia era por culpa de España. Todos los días, en todos sitios, en cada momento, a todo, se le daba ese matiz diferenciador que instilaba un fet diferencial claramente supremacista, les hacía sentirse superiores a sus conciudadanos del resto de España. Enfatizaban la diferencia anecdótica hasta su mitificación y obviaban la gran similitud cotidiana: la paja y la viga, pero al revés. 

En paralelo, vivía en mi tierra pero se me hacía ver que no era de suficiente casta por ser español, no catalán "de toda la vida", como los descendentes de los que sí se cambiaron el apellido hace tiempo. Si hablaba castellano se me hacía el favor de hablarme en castellano, si alguna vez hablaba en catalán, paradójicamente, los más radicales me respondían en castellano, no fuera que me creyese que se entraba en ese fantástico club así tan fácil. Después de todo: ser español, haber vivido mis primeros años en el barrio de Sant Andreu, haberme casado con una catalana, tener dos hijas (y una hermana) nacidas en Barcelona, trabajar y pagar impuestos en Catalunya y haber comprado mi primera casa, que era mía, en Sant Joan Despí, no daban para más que, si acaso, aspirar a ser uno de esos charnegos que en su momento cúspide llegan a cualificar como uno de aquellos "altres catalans"
, que decía Pujol para hacer que la cosa siguiese rulando, mientras sembraba sistemáticas minas antiéspañolas en un sistema diseñado para irla colando, de facto, hacia lo que vivimos hoy. Debo decir que no ha nacido caganer que me haba sentir foráneo en mi tierra, en aquella a la que pertenecen mis primeros recuerdos vitales. 

Mi discurso de español, de mentalidad abierta, amante de lo catalán por lo que había sido siempre: la vanguardia española, pactista, favorable a convertir España en una República Federal con Catalunya, Euskadi y España (y acaso Portugal) como Naciones integrantes era, entonces y ahora,  muy radical. Incluso en 1993 (y muchas veces después) escribí que había que hacer un referéndum por la independencia, pero tras estimar bien pros y contras, no viendo puerilmente las aparentes ventajas para los separatistas. Quien se divorcia por su cuenta, debe pagar las costas, como en el Brexit. Pero, aparte de la estulticia nazionalista,  la rigidez de nuestros gobernantes centrales, su incompetencia, su incapacidad para verlas venir, su autosuficiencia a veces y sobretodo su ignorancia,  han permitido que el victimismo fanático de una minoría crezca como un cancer, apoyado de manera definitiva por la crisis económica, hasta la situación actual. 40 años de educación centrada en el ombliguismo y el odio al "país veí", y de negación eugenésica de nuestros orígenes comunes, y todo ayudado por la abyecta actitud de Madrid que ha cedido soberanía real poniendo pegas a lo simbólico (hubiese sido mejor al revés), nos han posicionado en una situación insostenible, con una mitad de antiespañoles y otra mitad entre la que están personas que se sienten españolas junto con una masa silente, la auténtica mayoría silenciosa, a la que le da todo igual. Fue por ello que desmonté mi vida y la de mi familia para que mis hijas nunca pensaran que eran menos porque su padre fuese español, algo que sin duda habrían llegado a pensar. me largué  a tiempo como hicieron los judíos que se marcharon de Alemania a tiempo porque se coscaron pronto de lo que venía. 

Los últimos años, los de Rajoy, con su parsimonia despectiva e indolente, han rematado la faena que ya iniciaron todos los demás, desde Suarez hasta Zapatero. Creo que ya no tiene solución fácil, el tema se ha enconado y nadie lo ha tomado inteligentemente por los cuernos, estamos abocados a un grave problema, espero que no bélico. Los catalanes parecen destinados ha cometer la mayor cagada de su historia y cometérnosla también a nosotros, es lo mismo que pasó en Reino Unido con el Brexit y en USA con Trump, sólo tras la consumación del error todos lo veremos más claro. Ante esto, y con la salvedad de ayudar totalmente a todos los catalanes que quieran ser españoles hasta donde haga falta, sólo me queda por decir una cosa: mejor sólos que mal acompañados: Freedom for Spain!

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