Tras 28 años en hospitales públicos de cuatro sistemas de salud distintos,
he de decir que me sigue guiando la misma motivación que me llevó a empezar: el
deseo de ayudar. No se debe ver en ello
un falso altruismo sino, sobre todo, la convicción de que ayudando a los demás
te ayudas a ti mismo. Crear positividad la acrecienta en el entorno. En dicha
lid, entiendo que es el momento de replantear una nueva reforma de la salud
mental, al menos en mi entorno de los últimos 15 años: la salud pública
andaluza, en la cual me centraré, aunque mucho de lo que prosigue sea aplicable
a otras sociedades.
Los servicios públicos de salud mental devienen de los previamente llamados
de psiquiatría, e incluyen no sólo la medicina (psiquiatras y enfermeras
especializadas) sino un amplio prisma de profesionales como psicólogos clínicos,
trabajadores sociales y terapeutas ocupacionales, entre otros. El diseño
actual, ideado en los 80 y ejecutado en los 90, ha quedado obsoleto sin
replanteamiento real alguno, a pesar de su actualización acrítica fraguada en
el decreto de salud mental 77/2008. Sus impulsores, miscelánea de idealistas y
oportunistas, depositaron un continuismo febril y servil en el sistema que se
ha mantenido hasta la situación límite actual en la que, en la práctica, no se
está atendiendo ni mínimamente bien a muchos pacientes o a sus familias. La
práctica resultante de la reforma original, con el reconocimiento de que fue entonces
una mejora en muchas cosas, es vaga, ineficaz y arbitraria generando la
creencia de nihilismo y conformismo de muchos de los profesionales que, además,
aborrecen la idea de cambio alguno por miedo a que cualquier cosa puede
empeorar su situación.
El tema es complejo pues hay, al menos, tres tipos de asistencia bien establecidos:
las unidades de agudos de los hospitales (con una estancia media inferior a un
mes), las comunidades terapéuticas (una suerte de mini-psiquiátricos con mucho
personal para muy pocos pacientes que suelen (mal) vivir en ellas) y la
asistencia comunitaria (a su vez desglosada en ambulatorios específicos, hospitales
de día y unidad de rehabilitación). Además, existe una fundación (FAISEM) que
acoge en casas-hogar a pacientes graves que tienen suficiente autonomía y que,
para menor coordinación, no depende de los servicios de salud mental. A los pacientes
graves que no tienen esa autonomía no los atiende nadie, acaso, si los tienen y
pueden, sus familiares. En mi opinión, bastante compartida por muchos
profesionales y usuarios, esta red de servicios ha quedado anquilosada y no es
eficiente ya que se siguen desarrollando prácticas que sobran y hay muchas más
que faltan.
Por tanto, expondré ahora algunas ideas, muy generales, que, entiendo,
deben debatirse para hacer una nueva reforma de la salud mental pública a fin
de llegar más y mejor a los pacientes. He de advertir que lo que aquí se
propone se basa mayormente en redistribución de recursos y, muy poco, en un
mayor gasto, también necesario. En general, se han de protocolizar y revalidar
las prácticas clínicas mediante consenso informado de profesionales e
incorporando la opinión de pacientes y familiares. A día de hoy, la praxis clínica en salud
mental es tremendamente variable con aproximaciones muy distintas entre centros
y profesionales, algunas de ellas de eficacia dudosa o no testada. Para ello,
puede ser útil la creación de consensos de expertos, guías clínicas locales y reciclaje
de profesionales.
Las unidades de agudos deben ser
más abiertas para lo que hace falta incorporar mini-unidades de “cuidados
intensivos psiquiátricos” lo cual permitiría mayor comodidad y un entorno más
saludable para la mayoría de pacientes que no requieren medidas como el mantenimiento
de su involuntariedad durante el ingreso, la contención mecánica en caso de
agitación intensa o la ausencia de permisos de salida hasta muy cerca del alta.
Se deben redefinir y perfeccionar los
criterios de ingreso y los modos de asistencia en los hospitales de día en plena coordinación con las unidades de agudos
y la asistencia comunitaria para ser, realmente y sin la discriminación etaria
actual, dispositivos que eviten ingresos hospitalarios y favorezcan la
integración post-alta de pacientes egresados.
Por su parte, las comunidades terapéuticas
tienen que transformarse hacia unidades de subagudos, con estancias medias de
máximo un año, en las que se incluyan pacientes graves recuperables, no sólo
psicóticos sino también, al menos, aquellos con trastornos de personalidad,
pacientes con TOC y aquellos con patología dual, evidentemente con programas y
ambientes específicos. Para ello hace falta desarrollar plazas residenciales socio-sanitarias para personas con alta
dependencia que actualmente no existen en Andalucía y que completarían lo
actualmente abarcado por FAISEM, que
no llega a los más graves y que debe ser integrado entre los dispositivos de
las unidades de salud mental. Dichos cambios deben ligarse a una integración de
la asistencia de día actualmente dada por las unidades de rehabilitación.
Finalmente, la asistencia
comunitaria debe de abordar reformas que incluyan una mayor frecuencia o
proximidad de consultas (a veces hay ausencia de contacto de varios meses en
pacientes graves), disminuir las listas de espera, la monitorización sintomática
comunitaria entre una consulta y la siguiente, la mejora de los parámetros de
derivación primaria-especializada, un mayor apoyo asistencial de salud mental
en centros de primaria con equipos mixtos, la asistencia domiciliaria
incluyendo los “ingresos” domiciliarios, la expansión y perfeccionamiento de
los tratamientos psicológicos y, entre otras, el desarrollo de “terapias” preventivas
como mejorar la dieta y programar el ejercicio físico. Todo ello debe ir
acompañado de una mucho mayor coordinación con servicios sociales cuya oferta
para salud mental ha de aumentar con una dimensión socio-sanitaria.
En definitiva, el cambio político en Andalucía debe, en el terreno de la
salud mental, salir del enrocamiento ensimismado y talibán del que se ha hecho
gala por algunos en la etapa anterior y, con la humildad y voluntad de consenso
multibanda necesarios, desarrollar los cambios, redistribuciones,
replanteamientos y repensadas que hagan falta a fin de promover una nueva
reforma de la salud mental.
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