Hace ya 9 años que volví a Granada tras una larga y trifásica etapa de estancias foráneas. Estando ahora temporalmente de nuevo detraido de la inmediatez de la lógica granadina, tomo un paso atrás para rerflexionar sobre algo que, en ocasiones, he comentado con amigos causando no poca perplejidad, cuando no enfado, por mi formulación del tema: ¿Qué hace falta para que los italianos abran en invierno? Esta pregunta parecía loca hace tan sólo unos años en Granada. ¿Quién iba a querer tomar helado en invierno, con el frío que hace? Ha hecho falta que vengan rumanos y otros empresarios (habitualmente de fuera) a poner heladerías peores y hacer "su agosto" en invierno ante la avalancha de turistas o estudiantes (la mayoría extranjeros, pero no por eso menos dispuestos a pagar) que querían tomar un helado durante su estancia en Granada. Dado el éxito, merecido, de los italianos, estoy seguro de que sería un negocio también en invierno, particularmente estando donde está. A fin de cuentas, en los países nórdicos se toma helado todo el año y hasta en España ahora se puede comprar helado en invierno en los supermercados.
Más allá del caso concreto de este fenómeno, sólo entendible desde el prisma de un localismo abyecto, el tema da pie a hablar de otras rigideces granadinas: El café hasta las 11, la caña a partir de las 12.30, la siesta después del telediario, otro café de 5 a 6 y, luego ya, otra cañita a partir de las 9. De tal modo que no es infrecuente que alguien entre a un bar entre las 11 y media de la mañana y la 1 del mediodía, por ejemplo, y diga: ¿Y qué me tomo yo ahora? Es prácticamente imposible comer antes de las 2 en muchos restaurantes, con la excepción de algún innovador que abre a la una y media. Me viene a la memoria la cara de incredulidad de una familia hindú británica que, habiendo visto en una guía que se comía muy bien en un restaurante italiano de la Avenida Andaluces, se plantó allí a las 7 de la tarde en pleno mes de Junio. La persiana estaba echada a cal y canto y, pasando yo por allí, dieron con alguien que les pudo explicar en inglés que es que abrían más bastante más tarde, que no es que hubiesen cerrado el negocio. Al preguntar cuándo abrían en concreto, no daban crédito a que no era posible entrar en el restaurante hasta las 9: " Si a esa hora es cuando nosotros nos recogemos", me dijeron.
En otro ejemplo paradigmático de la visión "granaína de las cosas": Los centros comerciales, en Granada, nunca funcionarán. Esto me lo decían todos hasta hace poco al plantear yo que cómo era posible que no hubiese un gran centro comercial en una ciudad que, contando con su periferia, superaba el medio millón de habitantes. El Nevada, iba a ser el más grande de España, hace casi 20 años que iniciaron conversaciones, el Ikea, el Decathlon, todos tienen problemas para abrir, si llegan a abrir. La gente no le ve ventaja alguna: "Los granaínos compran en el centro, no se van a ir a Armilla a un Massimo Dutti". El juez que prohibió el Nevada, cancelando la aspiración de miles de personas de poder encontrar un trabajo a favor de mantener el privilegio del monopolio a los usureros del centro, vio en el centro un "leviatán" de cemento en la vega y no vio los leviatanes de al lado que tienen mucho más cemento y se está demostrando que no sirven para nada. Ha hecho falta poco tiempo del Serrallo plaza, permitido sin la etiqueta de leviatán para favorecer a alguno, para que se vean las colas y colas de gentes que, como en todos sitios, van al centro comercial. El día que, además, permitan que se pueda vender los domingos (como si fuéramos todos chinos que no pagan licencias, vaya), habrá mucho más trabajo para más gente, incluso aunque los comerciantes del centro tengan que invertir algo más alguna vez después de tanto amortizar sus rentables y egoístas negocios de años.
Otro tema, el metro, un tranvía que ha logrado llamarse metro tras arruinar tontamente a cientos de comerciantes de Camino de Ronda, por donde podía haber pasado en superficie a mucho menor costo económico y emocional. Vamos, el metropolitano de Granada. "El metro en Granada no sirve para nada", esto lo dicen los granaínos de la mitad que viven en el interior de la ciudad y que no han de venir de los pueblos al centro gastando horas en entrar y salir de la ciudad al día. "Es que va a tardar hora y media de Albolote a Armilla" Sí pero eso solo será si se va de una punta a otra y porque pasa por el centro parando múltiples veces. Si existiera un autobús que hiciera el mismo recorrido tardaría mas pues los semáforos y los atascos no prioridad, como si lo hacen con el metro, el tráfico rodado. Es increíble: los autobuses rojos sólo por dentro de la ciudad y los amarillos sólo de cada pueblo a un punto fijo al borde del centro. De tal manera que para ir del parque comercial Albán, en Armilla, a la Facultad de Medicina en transporte público hay que coger un amarillo que te lleva al Palacio de Congresos y de ahí, con suerte, otro rojo que te lleve a la facultad. Total, en un buen día, hora y pico, algo menos de lo que lleva hacer el trayecto andando rápido por los sucios carriles bici del borde de la autovía. No se les ha ocurrido que los rojos extiendan hacia afuera sus rutas y que los amarillos vayan de un pueblo a otro en el lado opuesto, como hará el tranvía, atravesando y parando en el centro. Eso sería quitarles el monopolio de la ganancia a ambas empresas y, además, servir mejor al público, algo que no parece lo principal a la hora de dar las concesiones.
Estas y muchas más historias demuestran como, en una Granada de nuevos ricos venidos ahora a menos, las críticas son mal aceptadas porque las cosas "siempre han sido así y siempre lo serán". Por eso, y acaso porque la calidad hace merecida la espera, hay que esperar a la primavera para comerse un helado en los Italianos. Y además, qué digo yo, iluso de mí, si en Granada ponen tapas con la bebida! El día que Los Italianos abran en invierno Granada será una auténtica ciudad europea.
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